La sociedad única –y unidimensional, diría Marcuse- que se extiende hasta donde llega el mercado, y el pensamiento único que expresa el fin de las culturas y de la diversidad en general, son signo de un vaciamiento de sentidos históricos que borra los referentes colectivos reales para imponer ficciones con apariencia de realidad. La pérdida de la memoria histórica es la derrota de los pueblos. Un pueblo sin memoria no existe; un individuo sin colectivo se dessujetiza; una planta reducida a sus componentes aislados es desprovista de su carácter orgánico y muere.
Ana Esther Ceceña, 2004
La oligarquía nacional viene preparando, durante los dos últimos periodos de gobierno, la orgia de la muerte y la fiesta del despojo, de la acumulación originaria de capital y la exclusión sistemática a la que ha sometido durante doscientos años a la población campesina, indígena, afrocolombiana, obrera, y todos aquellos que entran en contradicción con sus intereses económicos y políticos, a través de lo que han dado en llamar “la celebración del bicentenario de la democracia y vida republicana de la nación”; es decir, buscan someter a los designios de la todopoderosa industria del capital a la población mediante el uso indiscriminado y deformado de la historia de la revolución Bolivariana de 1810 - 1819.
De esta forma, uno de los mecanismos a través de los cuales se propende por la consolidación de la dominación y del control absolutista es la creación del “museo de la memoria”, espacio en el cual convergirán las distintas “victimas” de la eufemísticamente denominada “violencia socio-política” que se ha enquistado en las estructuras de la sociedad colombiana por más de cuarenta años, en el cual se exhibirán desde los victimarios hasta las victimas, en una clara y pensada estrategia de deformación de la historia de las causas estructurales de la guerra en el país y del terrorismo de Estado como motor de la industria de la muerte y la paz de las fosas comunes. En este sentido, la creación de toda una memoria colectiva a través de la movilización de imaginarios desde los intereses de las clases dominantes se convierte en fundamental y estratégicamente de primer orden en términos políticos, porque “las practicas sociales que se van engendrando en la conciencia colectiva para el dominio del tiempo como memoria y como historia son fundamentales en términos políticos, ya que se crean referentes temporales que se van arraigando en los imaginarios colectivos de las poblaciones e implican la aceptación de estos como verdad y como consecuencia lógica del mantenimiento del orden y la seguridad (democrática)” (H. Cárdenas M, 2005. El subrayado es nuestro). Es, entonces, la aceptación de las estructuras de dominación y explotación. Así:
1. La violencia del país se fundamenta, desde arriba, como la consecuencia implícita de odios heredados propios de la violencia de la década del cuarenta, cuya resolución de dichas estructuras “psicológicas” se enfrentan entre sí y buscan imponerse a medida que se elimina el “otro”, la contraparte. De igual, manera, el Estado se presenta ante sí y ante la sociedad colombiana como un ser supremo, como la exaltación máxima de la benevolencia, donde se erige el fundamento del orden y el castigo, según sus propios designios. Es, según la confirmación de las estructuras en las cuales sostiene su atrio, “una madre” cuyas tetas son de leche y de sangre de acuerdo a las circunstancias que se cree así mismo. Entonces, la historia del despojo, de la barbarie, de la dominación, del terrorismo de Estado se convierte en historia beneplácita que proyecta civilización y conlleva a que los hombres salgan de su estado “primitivo”.
Esa estructura del Estado como ser supremo obedece a la salvedad que éste necesita hacerse así mismo como motor de la violencia, para condicionar la materialización de espacios de recreación de la “violencia socio – política” del país, que le permita recrear un simulacro de VERDAD, RECONCILIACIÓN, PAZ, ETC., negando la condiciones a través de la cual se ha desarrollado la guerra de exterminio contra comunidades enteras; cómo esas condiciones han devenido en procesos de acumulación tanto de capital como de miseria.
2. La negación de las causas estructurales de la guerra y la negación de ésta como política de Estado, con la consecuente implicación y culpación hacia las comunidades como responsables de la “tragedia que desangra a la patria” implica la negación, falsificación y criminalización de los procesos de resistencia y de lucha que históricamente han librado las comunidades contra la imposición violenta del capital, contra la esclavización del hombre por el hombre y por la apuesta de procesos autónomos y soberanos, desde las propias lógicas culturales, sociales, económicas, cosmológicas y cosmogónicas y políticas, etc., de estas.
De esta manera, los monumentos se convierten en historias narradas desde arriba que poseen un valor legal y determinan la verdad de lo que se puede decir y lo que no, negando la existencia misma de los procesos históricos de las comunidades. Su historia no existe en la medida en que las condiciones reales de su existencia desaparecen del contexto. Niega, entonces, las condiciones de vida de las comunidades al materializar y reproducir las condiciones de dominación y de explotación.
3. La inversión de capital en proyectos pedagógicos y políticos desde las clases dominantes, así como la tecnificación de la lucha de clases a través de mecanismos como el museo de la memoria, implican la construcción de la “verdad” avalada por la empresa civilizatoria de la supuesta neutralidad objetiva y científicamente comprobada realidad, fijada en los textos de los académicos y lumpen – intelectuales de la oligarquía nacional e imperialista. Dicha construcción de la verdad oficial prospera amparada en el fuego de las balas asesinas que a diario masacra miles de colombianos, puestos en circulación como mercancías fetiche por los medios de comunicación, alegando la necesidad de mecanismos y acciones violentas y la brutalidad de la guerra agenciada por el Estado como factor fundamental para la consecución de la paz, la reconciliación y la refundación de la patria, objetivo de la celebración del “Bicentenario”. Dichos esclavos del poder, enajenados de su condición humana y alienados al poder del capital, se convierten en cómplices del verdugo y en legitimadores de la muerte; masacran la vida en las crónicas rojas del rating y hablan de la vida como “posibilidad” siempre y cuando nos acojamos a los mandatos y designios de la puta universal –el dinero- sin mencionar palabra alguna. Es el principio de la exclusión - incluyente e inclusión - excluyente.
4. Someterse a los designios impuestos por la oligarquía implica la negación de los procesos de lucha y reivindicación de los derechos de las comunidades, y conlleva a aceptar implícitamente la violencia como manifestación de odios heredados resolubles por la vía de la acción depredadora del hombre por el hombre. De igual manera, ello implica aceptar a toda fuerza y contra el análisis concreto de la realidad, la guerra como política de Estado, como práctica fundamental en los procesos de acumulación de capital, asegurados bajo la normatividad y la jurisprudencia del derecho burgués de la propiedad privada y de la competencia indiscriminada, cuyas apariencias de resolución de contradicciones se solventa en una idea superior de justicia (idea Hegeliana del ser supremo); muestra, de igual forma, la historia de las relaciones sociales como un proceso natural de la evolución del mundo, enmascarando la lucha de clases y la explotación de la fuerza de trabajo vivo del hombre como fundamento de la existencia del capitalismo.
5. La oposición simple y llana y determinista que se hace entre guerra y paz no es más que la estrategia de paz armada, la paz de la bota militar, la paz de los cañones que amenazan con dispararse contra el que contradiga el interés del lucro y la circulación libre del capital y la constante elevación de la tasa de ganancia. Como afirma H. Cárdenas M., “oponerse a la guerra sin oponerse al modelo económico de acumulación de capital es una contradicción política que cuesta el porvenir” (H. Cárdenas M, 2005). Sin embargo iremos más lejos, es toda una demagogia que encubre los intereses mezquinos de los que a sangre y fuego han expropiado a los dueños originarios de los medios de producción y reproducción de su propia existencia, y los han enajenado de sus propias condiciones de producción, “de la propiedad de las condiciones de su trabajo”, parafraseando a Marx.
6. Avanzar hacia una sociedad socialista implica no solamente la transformación de la estructura (social, política, económica e institucional) sobre la cual se asienta la base del actual régimen de acumulación, ni solamente se puede pensar en procesos de cambio tomando como marco de referencia la concienciación y la subjetivación de las problemáticas y la substancia de la ideología – política de la sociedad socialista, si no se transforma radicalmente la maquinaria y la estructura de la producción del conocimiento y del saber, característica fundamental de la estructura de dominación y de la pérdida, de los hombres, de su propio destino, el de ser hombre, “y se ha convertido en un ser que no se posee a sí mismo, ha sido alienado”(Marx, Grundrisse).
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